En los últimos años se ha generalizado el empleo de "drones", o aviones no tripulados, para abatir objetivos en la lucha antiterrorista, en países como Yemen o Pakistán. Al mismo tiempo se han alzado voces que claman contra su uso, por considerarlos armas despiadadas, principalmente por encontrarse el piloto a cientos o miles de kilómetros del ingenio aéreo. Cabe preguntarse, pues, si el empleo de este tipo de armamento es más o menos cruento que sus alternativos. En contra de apoyarse en ingenios no tripulados estarían abundantes movimientos pacifistas, sustentados por teorías como la emanada del Experimento de Milgran, que demostró que la distancia física entre agresor y agredido contribuye a aumentar la crueldad del agresor. A favor de su uso se encuentran quienes sostienen que gracias a ellos se evita bajas propias y se reduce drásticamente el número de daños colaterales o bajas no deseadas.
Ambas posturas cuentan con razones de peso para reafirmarse en sus tesis, pero quizá habría que contextualizar el fenómeno para tomar perspectiva y emitir un juicio más objetivo sobre el asunto. Aunque la eliminación de seres humanos de cualquier forma es un hecho abominable, más aún sin juicio previo, estas ejecuciones hay que enmarcarlas en un contexto de guerra asimétrica o guerra antiterrorista. Si comparamos estas actuaciones con las invasiones de Irak y Afganistán, con campañas de intensos bombardeos, donde hubo un elevado número de muertos, la estrategia basada en drones quizá no resulte tan detestable.
Con todo, la tendencia histórica desde el final de la Segunda Guerra Mundial que siguen los usos de la guerra, fundamentalmente en los países occidentales, es la de reducir progresivamente el uso de la fuerza. Cabe, pues, esperar que el futuro nos depare estrategias menos cruentas para luchar contra el terrorismo internacional. Técnicas inspiradas en la lucha policial, la inteligencia y la justicia internacional.
Con todo, la tendencia histórica desde el final de la Segunda Guerra Mundial que siguen los usos de la guerra, fundamentalmente en los países occidentales, es la de reducir progresivamente el uso de la fuerza. Cabe, pues, esperar que el futuro nos depare estrategias menos cruentas para luchar contra el terrorismo internacional. Técnicas inspiradas en la lucha policial, la inteligencia y la justicia internacional.
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